Persona afectada por un TDAH
«Estoy orgullosa y feliz de todo lo que he conseguido en mi vida»
Si miro hacia atrás y hago una valoración de mi vida en el ámbito académico, personal y profesional, puedo decir que el esfuerzo, la disciplina y la constancia han sido las tres bases que me han llevado donde estoy hoy: una adulta de 31 años orgullosa y feliz de todo lo que ha conseguido.
Una etapa escolar llena de obstáculos
Mi época escolar fue pasando por varios centros, cada uno de ellos diferente, así como también asistiendo a clases de refuerzo y sesiones de psicopedagogía. Mi primer colegio no supo ayudarme ni dar con la tecla adecuada para que yo pudiera desarrollarme con total normalidad en mis estudios; esto hizo que mis padres buscaran clases de refuerzo para ayudarme año tras año y no dejar caer mi autoestima. En las tutorías, las profesoras les decían a mis padres que hablaba mucho en clase (me habían echado del aula muchas veces por esto), que no estaba atenta, pero nunca se preguntaron por qué. Ellos sabían que su hija era una niña excepcional, normal, trabajadora y responsable, y que quizá el problema era de ellos. Alguna vez llegué a pensar que era «tonta», pero mi familia supo ayudarme y animarme siempre. Con profesoras de refuerzo, que estaban sólo por mí, me di cuenta de que lo entendía todo muchísimo mejor, que se me hacía más interesante, entretenido y fácil para captar mi atención. Así fui superando todos los cursos en primaria.
Desde pequeña me costaba mantener la atención en clase, cualquier cosa me distraía (el vuelo de una mosca, un ruido inesperado, la cosa más usual y normal en un aula de treinta alumnos) y me hacía perder el hilo; yo era totalmente consciente que mi cerebro estaba en «su mundo». Tenía la sensación de no entender nada; hacía los deberes y los presentaba cuando tocaba, y en casa, cuando repasaba la lección con la ayuda de mi madre, las dos pensábamos que estaba preparada para aprobar, pero a la hora del examen me ponía muy nerviosa y esos nervios me traicionaban siempre y me bloqueaba totalmente. El tiempo era limitado y, como yo era una más, nunca ninguna profesora me preguntó por qué no terminaba los exámenes a tiempo ni me ofrecieron la posibilidad de dejarme más tiempo para hacerlos.
El diagnóstico de TDAH: un antes y un después
Fue en el inicio de la secundaria cuando mis padres decidieron buscar otra escuela que se adaptará a mis necesidades, y fue la mejor decisión que pudieron tomar; allí si que me supieron dar las pautas y todas las ayudas necesarias para que estudiar se me hiciera más llevadero. Personalmente, pienso que todos tenemos las capacidades, pero no aprendemos de la misma manera y el sistema educativo está diseñado para un solo modelo de aprendizaje, cuando hay infinidad de maneras de aprender. Todos somos buenos en algo, sólo se trata de encontrar en qué e ir a por ello.
Empecé a estudiar el bachillerato y fue en el segundo año cuando un día llegué a casa angustiada, triste y sin saber por dónde seguir, porque cada vez los temarios eran más pesados. Hablé con mi madre y mi profesora de secundaria y, a través de ella, llegué a la consulta de un profesional. Aquello fue un antes y un después. Empecé terapia y tratamiento, adquirí seguridad en mi e ilusión, y terminé bachillerato, un grado superior, una carrera universitaria, un postgrado y un Erasmus en Estados Unidos, aprendiendo y volando por el mundo, haciendo una de las cosas que más me apasiona: las lenguas extranjeras y la diversidad cultural.
Todos tenemos las capacidades, pero no aprendemos de la misma manera, y el sistema educativo está diseñado para un solo modelo de aprendizaje
Con los años, he ido construyendo hábitos y aprendido diferentes técnicas de estudio y recursos, así como también a conocerme a mi misma sabiendo cuáles son mis limitaciones, mis capacidades y hasta dónde puedo llegar; y siempre siendo muy consciente de todo ello y trabajando cada día para potenciar todo aquello que sí que se me da bien y lidiar con aquello que no es tanto de mi agrado.
Estrategias en el ámbito profesional
Actualmente, tengo un trabajo que me apasiona y que nunca hubiera imaginado, pues no tiene nada que ver con mis estudios universitarios. Además, para ponerlo más difícil, no hay un orden ni horario fijo, trabajo en medio del caos, pero ahí dentro me he creado mis normas y mis rutinas para que no afecte a mi cerebro. Yo sé hasta dónde puedo dar y rendir, no asumo más responsabilidades de las que me tocan y he intentado que mis compañeros y jefes respeten mis horarios y forma de trabajar. Por ejemplo, a partir de cierta hora de la tarde (cuando termina el efecto de la medicación), todo aquello que no me interesa me supone un esfuerzo demasiado grande para prestar atención y esto me provoca mal humor y nervios; entonces, a partir de esa hora, si no es un tema muy urgente, no lo hablamos. También me agobian mucho las conversaciones largas con mucha información sin seguir un orden; por eso, ahora, si tengo que interrumpir para aclarar alguna cosa, lo hago, o si necesito seguir la conversación en otro momento, también lo digo. Para mi también ha sido y es un reto constante, pero sentirme valorada y que formo parte de un equipo competitivo me anima y me motiva cada día, porque realmente en algunas cosas soy muy buena. Siendo una adulta, podría decir que la medicación y el ejercicio físico diario, junto con una vida personal plena, son mis mejores medicinas.
Yo sé hasta dónde puedo dar y rendir, no asumo más responsabilidades de las que me tocan y he intentado que mis compañeros y jefes respeten mis horarios y forma de trabajar.
Recuerdo que cuando era pequeña una profesora y psicóloga que tuve les dijo a mis padres: «No os preocupéis, vuestra hija es una luchadora nata, tiene constancia, responsabilidad y el hábito del esfuerzo para el trabajo totalmente interiorizados y, además, unas habilidades sociales que la ayudaran a llegar dónde ella quiera». Aquellas palabras se me grabaron con fuego y, cada vez que se me ha presentado cualquier obstáculo, las recuerdo para seguir adelante.
No puedo visualizar todo este camino sin toda la gente que me ha apoyado y ayudado: profesores, psicopedagogos, psicólogos y especialistas, pero sobretodo mis padres y mi familia, ellos han sido el pilar fundamental, por no dejar nunca de creer en mi y animarme en todos los momentos decisivos.
Me gustaría llegar a todas aquellas personas que se encuentran con un diagnóstico similar, y decirles que el TDAH y el trastorno de lateralidad no son más que una manera de ser; al fin y al cabo, todos tenemos nuestras particularidades y personalidad y de eso se trata, de que haya diversidad. Pero cuando hay que hacer frente a tu día a día y ves que esa manera de ser no te permite avanzar, con ayuda de buenos profesionales, se puede llegar a tener una vida totalmente normal y feliz, incluso ejemplar.
Teléfono de la Esperanza 93 414 48 48
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