La OMS y la ONU pusieron especial hincapié la pasada primavera en la necesidad de invertir más en los programas de salud mental ¿Dónde cree que se debería priorizar la inversión o qué modelo de atención en salud mental deberíamos estar aplicando?
«Hablar de un modelo general no permite ser preciso, es necesario adaptar los modelos a cada realidad y a cada territorio, pero hay diversos aspectos a tener en cuenta y que serían prioritarios a mi entender:
En el mundo hay grandes desigualdades no solo en la cantidad de recursos sino también en la forma cómo se aplican estos recursos, pero en general, según datos de la OMS, incluso aquellos países con un PIB elevado tienen un déficit en la inversión en salud mental si comparamos con otros departamentos. Por tanto,
En países con PIB bajo o mediano, se calcula que más del 70% de las personas que sufren un trastorno mental no son atendidas. A nivel mundial, hay menos de 1 profesional de la salud mental por cada 10 mil personas. Eso significa que la salud mental está muy poco dotada.
Lo prioritario es dotar de recursos humanos y estructuras para crear o mejorar servicios de salud mental.
Y, además, hay que asegurar su disponibilidad y accesibilidad y que estos estén alineados con la Convención de Derechos Humanos. En muchos países del mundo, no se respetan los derechos humanos de personas que padecen, por ejemplo, trastornos mentales graves.
- La apuesta por un modelo de salud mental comunitaria.
¿Eso qué significa? Pues que la acción terapéutica se realiza mayoritariamente en la comunidad, en el lugar donde la persona vive y tiene su espacio de relación. Este modelo pretende evitar ingresos de larga duración que producen desarraigo social y mayor dificultad para volver al entorno que le es propio. La aplicación de este modelo debe realizarse junto a los dispositivos de la comunidad no sanitarios, en un enfoque global de salud mental. Ese es el punto clave de la cuestión: la salud mental no es cosa solo de la sanidad.
Es fundamental que la salud mental se introduzca en espacios no sanitarios: en dispositivos sociales, en las escuelas, las empresas, en las organizaciones deportivas, en todos los espacios relacionales, en definitiva.
Una buena política de bienestar social es la mejor política de prevención en salud mental.
Estos modelos, naturalmente, luego deben adaptarse a cada sociedad y ser sensibles a las poblaciones vulnerables. Hay personas o grupos que sabemos que tienen más prevalencia de enfermedad mental y, por tanto, hay que articular estos servicios en función de estos grupos.
El modelo de atención de salud mental comunitaria no es homogéneo, ni siquiera en España. Hemos avanzado mucho y lo notamos en los presupuestos de salud mental. En Catalunya, por ejemplo, ya se invierte un poco más en comunitaria que en hospitalaria pero aún queda camino.
También es cierto que los servicios comunitarios tienen que ser mucho más proactivos, acercarse más a los grupos a los que no accedemos, que no encuentran su lugar tal vez porque no ofrecemos la respuesta que ellos buscan o tal vez porque no hemos podido contactar.
La detección precoz es la mejor respuesta. Ya se han establecido programas específicos para los primeros episodios psicóticos. El ámbito infanto juvenil tiene un amplio recorrido por delante. En el caso de la pandemia, sabemos que hay muchas personas que tienen síntomas de malestar o de estrés postraumático o duelos más o menos patológicos por una muerte abrupta. Es importante atenderlos de forma precoz para que tengan un mejor pronóstico».
¿Responden las actuales estrategias de mejora de la salud mental a las necesidades de las personas y la comunidad?