www.som360.org/es
Artículo

La alimentación y la salud mental: una conexión directa

Qué significa tener buenos hábitos alimentarios y cómo impactan en nuestro bienestar
Irene García, dietista-nutricionista del Parc Sanitari Sant Joan de Déu

Irene García Rodríguez

Dietista-nutricionista
Parc Sanitari Sant Joan de Déu
Dieta mediterránea

Resumen

La alimentación impacta tanto en la salud física como mental, y una dieta equilibrada puede prevenir trastornos mentales como la depresión y la ansiedad. Los buenos hábitos alimentarios incluyen elegir alimentos frescos, mantenerse hidratado y cultivar una relación positiva con la comida. Durante la infancia y adolescencia, la familia es clave en la adopción de hábitos saludables duraderos, que mejorarán también la calidad de vida futura y el bienestar emocional.
Leer másmenos

Cada vez hay más evidencias que demuestran que existe un relación entre lo que comemos y cómo nos sentimos, no solo físicamente sino también mental y emocionalmente. Hablar de buenos hábitos alimentarios va más allá de escoger alimentos saludables; también quiere decir cultivar una relación positiva con la comida e incorporarla como parte de un estilo de vida equilibrado y sostenible.

Por eso, tener unos buenos hábitos alimentarios implica mucho más que seguir una dieta determinada. Se trata de comer de manera regular, equilibrada y variada, dando prioridad a los alimentos frescos y de temporada y reduciendo el consumo de productos ultraprocesados, ricos en azúcares añadidos, grasas trans y sal. Pero también quiere decir escuchar las necesidades del cuerpo, comer con conciencia, mantener una buena hidratación y hacer de las comidas un momento de calma y conexión.

Estos hábitos no solo contribuyen a prevenir enfermedades físicas, sino que también tienen un impacto directo en el funcionamiento cerebral, la regulación hormonal y el sistema inmunitario (Jaka et al., 2017).

La relación entre la alimentación y la salud mental

Varios estudios han puesto de manifiesto la relación entre una alimentación inadecuada y la aparición o empeoramiento de trastornos mentales como la depresión, la ansiedad o el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). En contraposición, una dieta rica en frutas, verduras, pescado azul, frutos secos y cereales integrales puede tener un efecto protector sobre la salud mental, gracias a su aportación de nutrientes esenciales como los ácidos grasos omega-3, las vitaminas del grupo B, el hierro, el zinc o el magnesio (Jaka et al., 2017; Lassale et al., 2019; O’Neil et al., 2014).

En este sentido, investigaciones recientes revelan que seguir una dieta mediterránea puede reducir en un 30% el riesgo de desarrollar depresión. Además, el uso de probióticos específicos ha demostrado mejorar los síntomas depresivos en hasta un 25%. La salud de la microbiota intestinal, especialmente la presencia de bacterias beneficiosas como el bifidobacterium y el lactobacillus, resulta ser un factor clave en la regulación del estado de ánimo (Clerici et al., 2025). Estos hallazgos abren nuevas vías para estrategias preventivas y terapéuticas que integren la nutrición y la microbiota en el tratamiento de trastornos depresivos. 

Seguir una dieta mediterránea puede reducir en un 30% el riesgo de desarrollar depresión. Y el uso de probióticos específicos ha demostrado mejorar los síntomas depresivos en hasta un 25%.

También es sabido que un desequilibrio en la flora intestinal puede afectar la producción de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina y alterar el estado de ánimo y las funciones cognitivas (Cryan & Dinan, 2012).

Y en la adolescencia, se ha descrito que una dieta con más calidad se asocia a una menor prevalencia de trastornos de salud mental y a un mejor funcionamiento emocional (López-Olivares, 2020; Poppitt & Silvestre, 2021).

El papel de la familia en la formación de hábitos saludables

La infancia y la adolescencia son etapas clave en la construcción de hábitos alimentarios duraderos. Es en este momento que los niños desarrollan preferencias, actitudes y conductas relacionadas con la comida. Por eso, la familia es un agente educador esencial. Los niños aprenden observando y es más probable que adopten una alimentación saludable si ven que sus referentes siguen unos buenos hábitos alimentarios en su rutina doméstica.

La adopción de hábitos saludables desde la infancia, con el apoyo de la familia y el entorno educativo, puede tener un impacto positivo y duradero en la calidad de vida de las personas.

Según Scaglioni et al. (2008), algunas estrategias que mejoran la calidad de la alimentación y también el bienestar emocional de los más jóvenes son:

  • Fomentar las comidas compartidas en familia.
  • Implicar a los niños en la compra y la preparación de los alimentos.
  • Evitar el uso de la comida como premio o castigo.
  • Promover un ambiente tranquilo durante las comidas.
Dos niñas comiendo en la mesa con la familia.

Acompañar a los niños y niñas durante las comidas

La alimentación no tendría que ser una fuente de conflicto, sino una oportunidad para reforzar vínculos, transmitir valores y favorecer una relación sana con el cuerpo y con la comida.

Tener unos buenos hábitos alimentarios no es solo una cuestión de prevención de enfermedades físicas, sino también una herramienta fundamental para promover la salud mental y el bienestar emocional. La adopción de estos hábitos desde la infancia, con el apoyo de la familia y el entorno educativo, puede tener un impacto positivo y duradero en la calidad de vida. Invertir en educación alimentaria y promover entornos saludables es, sin duda, una apuesta por una sociedad más sana, equilibrada y resiliente.